Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio.

Hay estrofas que están llenas de sabiduría popular y que además tienen tanta entidad como las máximas más reconocidas en la historia de la Filosofía. Pues bien, sí, es cierto, en los demás está claramente la fuente de nuestras dichas y de nuestras desdichas.

Mucho se habla hoy día del bienestar. Se llenan las estanterías de libros de autoayuda en donde se cambia el término de felicidad o positivo por el de bienestar. Saben esos autores oportunistas que a la tiranía de la felicidad se le han caído los disfraces y que del quiero, entonces puedo, ya nadie se fía. En un giro sutil se abrazan a la idea de mostrar caminos para la búsqueda del bienestar, para el equilibrio hipocrático. Vuelven a decir lo mismo, pero de manera más escondida, la salud depende exclusivamente de cada uno de nosotros, porque el bienestar solo son los juicios que tenemos sobre nuestros condicionantes personales, físicos y mentales. Tomemos vitaminas para que nuestro cerebro nos muestre saludables.

Hoy día hay una serie de profesiones que se han cargado de trabajos adicionales. La medicina y la docencia son ejemplos claros. Un/a médico da más consejos sobre calidad de vida en general que medicamentos y una docente se debe enfrentar a cualquier problema que vea en sus estudiantes, con los que convive diariamente más que sus padres. La familia extensa, las calles casi no existen ya como entornos de socialización y de enseñanza. Todo recae en las aulas. Estas docentes se ven agobiadas por tantas responsabilidades, enseñan a leer y a contar, a resolver conflictos interpersonales, a alimentarse y en tutorías acaban promulgando sentencias para arreglar la convivencia de padres separados, desestructurados o sin referentes.

Hablar de bienestar docente es como hablar de salud mental, que ponemos esa etiqueta cuando queremos decir lo contario, malestar y enfermedad. ¿Realmente el bienestar o el malestar depende de uno mismo? Rápidamente responderemos a esta pregunta con un no, tenemos claro que la clave está en las políticas públicas. En el caso de la docencia es evidente, unas normativas y mejores recursos para que las cargas inmateriales del trabajo docente se compartan y distribuyan mejor, mejora el bienestar. Modelos de co-docencia, limitaciones de la ratio de alumnos por grupo, mejores condiciones laborables y más prestigio social son medidas comprobadas.

¿No nos queda entonces más remedio que esperar a que haya buenos gobiernos? ¿No hay nada que podamos hacer en un nivel más micro?, ¿hay algo que pueda aportar la Psicología Educativa?

A finales de octubre varios miembros de Thymós tuvimos la oportunidad de compartir estudios sobre el bienestar docente con investigadoras de Chile y el Uruguay. En esos trabajos se destacaba que una de las fuentes del bienestar estaba fuera de nosotros, en nuestros contextos inmediatos, en nuestros colegas docentes, en sus mañas, en la carga de trabajo que se nos asigna en cada escuela, instituto o universidad, en la calidad de la interacción con nuestros estudiantes. Hay, además, un dato curioso, cuando pensamos en bienestar damos más peso a estos factores de nuestro entorno cercano que cuando pensamos en malestar, que lo atribuimos sobre todo a nosotros mismos. Creemos que las causas de un buen ajuste docente dependen más de los demás que de mí y creemos que si nos va mal es culpa fundamentalmente nuestra. Pero por mucho que lo ocultemos, estos estudios demuestran que los demás está tambien detrás de nuestra infelicidad, que caemos en el típico sesgo general de atribución. Medimos con distinto rasero a los demás que a nosotros mismos.

En definitiva, las investigaciones sobre bienestar docente están demostrando que las relaciones con los colegas y con nuestros alumnos son fundamentales. Pensemos en ello y construyamos espacios para consolidarlas y mejorarlas.

Hay otro remedio complementario, hagamos que los niños vuelvan al ocio en los barrios con sus demás, en la naturaleza con sus condicionantes. Apaguemos pantallas y encendamos caras. Volvamos a los contextos de siempre.

Seamos relistas y pidamos lo imposible.