Desde antes del inicio del ser humano, nuestros ancestros en el género Homo probablemente ya se preguntaban por cómo funcionábamos. Desde esa época hasta hoy seguimos elaborando teorías sobre nuestra mente. Lo psicológico tiene pues un largo pasado, pero la Psicología tiene una corta historia. Así se expresaba a finales del siglo XIX H. Ebbinghaus, uno de los pioneros de nuestra disciplina. Lo decía con acierto porque hubo que esperar hasta hace poco más de 150 años para que la Psicología apareciese como disciplina científica en las universidades. ¿Por qué de esa demora? Una de las razones que más lo explica es la falta, hasta ese momento, de un método independiente y riguroso para nuestra disciplina.
Nacimos como un híbrido de la Filosofía y de la Fisiología, pero nos hubiésemos quedado solo en eso si hubiéramos seguido utilizando la especulación filosófica o la observación naturalista o clínica, como esas dos ciencias usaban. Justo cuando aparecen nuestros primeros métodos independientes, aparece la Psicología. Entramos al árbol de la Ciencia gracias a la cronometría mental, a la introspección experimental o a la experimentación rigurosa con los trabajos de recuerdos de listas de sílabas o palabras del propio Ebbinghaus.
Pero la Psicología sigue teniendo un problema insondable y es que no existen las radiografías de la mente. No hay ningún método que fotografíe el funcionamiento de la mente en entornos reales. Seguimos desde el XIX creando y probando instrumentos para aproximarnos a nuestro objeto de estudio.
Evaluar a Thymós es, si cabe, más complicado. Conocer qué pasa realmente en nosotros cuando gobernamos nuestro navío, saber, por ejemplo, cómo nos regulamos, es muy difícil.
Será quimérico, pero es una obligación intentar buscar aproximaciones más veraces a ese nous. Con ese afán diseñamos un estudio que salió publicado recientemente: Assessing self-regulated processes: what do primary school students do, say and think in the process of understanding a text? (European Journal of Psychology of Education DOI: 10.1007/s10212-024-00830-9).
Quisimos explorar la validez de tres métodos de evaluación de la autorregulación en tareas de comprensión de textos (cuestionario, pensamiento en voz alta y rastros del comportamiento). Para ello, evaluamos 96 estudiantes de sexto grado de educación primaria de manera individual. En las sesiones se les pidió que leyeran un texto y completaran dos tareas de comprensión lectora, trabajando en un entorno virtual. Se registró cómo realizaban la tarea mediante un software, se grabó y codificó el pensamiento en voz alta, y los participantes respondieron a un cuestionario de autoinforme sobre las estrategias utilizadas. Encontramos que las mediciones de pensamiento en voz alta y el tiempo de ejecución de la tarea fueron mejores predictores del rendimiento en comprensión de textos que los cuestionarios.
En definitiva, no parece un mal método escuchar el habla interna y observar cómo hacen una tarea para poder hacer inferencias sobre cómo regulan un proceso tan complejo como la comprensión de textos. Mejor dicho, si queremos tener más validez en la evaluación de las competencias autorregulatorias, tenemos que usar más de un instrumento de evaluación de las mismas.
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